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El milagro navideño de Stalingrado

La Batalla de Stalingrado está considerada como la más sangrienta en la historia de la humanidad. En ella se enfrentaron el ejército nazi contra el ejército soviético disputándose el control de la ciudad de Stalingrado entre junio de 1942 y febrero de 1943. Hitler quería tomar a toda costa esa ciudad, ya que era el punto de entrada hacia la región petrolera del Cáucaso. 

Durante estos ocho meses de confrontación, se estima que murieron casi dos millones de personas entre civiles y soldados de ambos bandos. 

En la Nochebuena de 1942, se produjo un hecho bastante curioso que voy a relatarles a continuación: 

Debido al intenso asedio de las tropas alemanas, a los soldados soviéticos que defendían la ciudad se les agotaron las municiones y empezó a escasearles la comida. Este también fue uno de los más crudos inviernos que se recuerde y para colmo, ya casi no tenían leña para quemar. La moral de los soviéticos estaba por los suelos y las deserciones de sus soldados empezaban a ser preocupantes. 

Buscando una manera de inyectar ánimo a sus soldados, el alto mando soviético ordenó que se reclutara a los músicos más importantes de la URSS. La idea era regalarles un gran concierto navideño al aire libre, justamente en el centro de la ciudad, donde pusieron a punto unos enormes altavoces para que la música sonara en todos los rincones de la devastada Stalingrado. 

Así pues, llegaron actores, músicos y bailarinas, y entre estos artistas se encontraba el joven violinista Boris Goldstein, quien se alejó del grupo y se dirigió a las trincheras para curiosear en que condiciones vivían los soldados. 

El violinista ruso estaba impactado, nunca había visto un campo de batalla con tanta muerte y desolación como el de Stalingrado. Casi todo estaba destruido por las bombas y la artillería, y junto a los cadáveres de los soldados que yacían en el suelo, le horrorizó ver muchos esqueletos de caballos que habían sido literalmente “devorados” por las tropas hambrientas. 

Todo este horrendo paisaje conmovió de tal manera a Goldstein, que se inspiró como nunca y tocó magistralmente su violín para los soldados soviéticos. Empezó interpretando canciones típicas del folklore popular ruso, ya que el alto mando tenía prohibido tocar melodías extranjeras, peor aún alemanas; pero, en un momento de su interpretación, Goldstein hizo caso omiso de las órdenes y empezó a tocar piezas navideñas del compositor alemán Johann Sebastián Bach. 

Las melodías que interpretaba Goldstein con su violín también podían ser escuchadas en las trincheras alemanas por el efecto de los grandes altavoces que pusieron, y de repente, como si de un milagro se tratara, cesaron los tiroteos y la artillería. En medio de aquel sepulcral silencio, sólo se escuchaban las notas desgarradoras del violín. 

Cuando el violinista terminó, un gran silencio se apoderó de las tropas soviéticas, y desde otro altavoz situado en las trincheras alemanas, se escuchó una voz vacilante que en un incipiente ruso pidió: 

– Por favor, toquen algo más de Bach. Nosotros haremos un alto al fuego.

El alto mando soviético aceptó la petición y Goldstein volvió tomar su violín e interpretó un Gavotte de Bach. En ese momento, incluso los técnicos alemanes acoplaron sus micrófonos para que la música pudiera oírse con mayor nitidez en su lado. 

Muchos soldados alemanes terminaron cantando el O Tannenbaum, típico villancico germano, y algunos rusos ortodoxos clandestinamente, también cantaron algunas canciones típicas. 

Se produjo una tregua de hora y media. Por una hora y media en el infierno de la peor batalla de la historia, se abrió una pequeña ventana del paraíso. 

Quien diría que una de las páginas más dolorosas de la historia nos dejó un hermoso mensaje: que aún en la peor de las circunstancias, siempre encontraremos un momento para sonreír. 

Entrada original tomada de http://www.sentadofrentealmundo.com/